sábado, 8 de marzo de 2025

 




ELLA                                                                                

Era la tercera mudanza que hacía en sus escasos veinticinco años de vida. La primera fue cuando su familia decidió dejar su Granada natal decididos a buscar una mejor suerte en una ciudad que emanaba prosperidad. Tenía catorce años y lloró hasta que no pudo más. Imaginaba Barcelona como una ciudad húmeda y deshumanizada, con niños de su edad altivos y antipáticos. En menos de dos meses ya huía, junto a su amiga Anita, por el gran descampado que les hacía de parque de las bromas de los niños de su clase. Reían como locas y siempre conseguían ganarse la confianza de esos pillos que más que asustarlas querían enamorarlas. La segunda vez fue cuando se casó con Antonio. Formaron un hogar a los pies de la montaña de Montjuic, en un moderno piso cerca del famoso “El Molino”. Ese intento de relación duró tan poco y fue tan inesperadamente dramático que ni ella misma era capaz de adivinar por qué había estado tan ciega.

Ahora mismo tenía las llaves de lo que esperaba fuese el cambio que le aportara la felicidad que disfrutó a lo largo de su infancia y adolescencia. Abrió la puerta como pudo y, como pudo, dejó la última caja en el pasillo antes de dejarse la espalda. Tuvo que saltar entre todos los trastos para poder entrar en el comedor, todavía vacío, con sus blancas paredes tan frías e impersonales que cortaban el aliento. Aun así, sonrió. Su minúsculo piso era todo lo que deseaba en ese momento. Representaba su victoria más importante desde que decidió ser ella misma. Una a una fue arrastrando las cajas que se quedarían allí, a la espera de que llegaran los muebles, mesas, sillas, sillones, lamparillas, los cuadros, y, por supuesto, su amada librería. Tantos libros anhelando su lugar en el mundo fuera de su cabeza. Abrió una de las cajas en las que había escrito “LIBROS” con su letra enorme de caligrafía clara y segura. Cogió al azar uno de ellos, El beso de la mujer araña, de Manuel Puig. Hacía solo tres años que compraron juntos esa joya en la hermosa librería que era el punto de encuentro de muchos intelectuales amigos. Se acababan de casar. Por fin soplaban aires de libertad y ellos eran los más devotos representantes de esa palabra convertida en hecho. Sin embargo, al poco, todo se tornó menos intenso y más temible. Recordó el día de su boda mientras observaba la portada. La ceremonia por la iglesia a pesar de ser más ateos que Carrillo, por complacer a sus padres. Estaba en una nube, era la envidia de sus amigas y colegas. Él la comprendía, la empujaba a escribir, la motivaba para que no se le escaparan los sueños. Nada de hijos si no quieres, le dijo un día entre las sábanas.

Colocó el libro en el hueco libre de la caja, saliendo del ensimismamiento, le hacía daño pensar. Se incorporó y tocó su mejilla, de repente, sentía un calor intenso y cómo palpitaba su carne herida, a pesar de que hacía más de un mes de la última agresión. Por suerte, su familia la apoyó, aunque rechazó volver a casa, se volcaron en que su divorcio no fuera una traba en su deseada vida de mujer soltera y trabajadora. Es lo que quiero, estoy radiante y nada me parará, esta vida no es una lucha y soy feliz, se repetía como un mantra, mientras recorría ilusionada el resto de su nueva guarida.


Dedicada a todas las mujeres luchadoras, guerreras, valientes, resilientes, tranquilas en este 8 de marzo de 2025.

©Noelia Terrón Torres.

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